miércoles, 23 de julio de 2008

( )

(Bien sé que este ejercicio nocturno
de entregarle sílabas a la nada,
de intentar ponerle nombres a las cosas,
es, en términos económicos, nada productivo.
Ella no va a venir porque yo la nombre.
Yo no seré perenne porque me diga.
Cambiar la vida desde una pantalla de ordenador
-si me vieran Rimbaud o Sartre que me perdonen-
no es tampoco, lector, la intención que me lleva
de la mano como si niño o anciano desvalido.
En verdad, descubiertas ya las cartas
-tengo todo comodines y un as de copas
y no sé, y no sabemos, si voy de farol
a estas alturas de la noche y del poema-
diré que sin propósito soy un letraherido.
Y así, en el nocturno que todo lo permite,
en un verano de principios de siglo,
tocando un teclado con mi alma
como toqué a mi amada entonces,
despeinado, algo embriagado, solo,
con cierto olor a viaje en mis axilas,
reivindico la herida a viva hoz:
esa herida que lleva años
en las plantas de mis pies,
por la que pasa una cadena
y por la que estoy atado
para siempre atado a la poesía.)

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