El verano me sujeta por las axilas
-como cuando de niños jugábamos
a levantar al más pesado, con un solo dedo,
y decíamos que era magia-
y me levanta, y me mece,
y espera que yo me ría,
y quiera ir al mar Mediterráneo,
ese que tiene gotas de sudor de los efesios,
y que mi espalda se llene de salitre
y que mi alma exhale vida de hombre pleno,
y me empuja luego hacia adentro,
desde donde hombres, mujeres y niños
parecen motas de polvo bailando,
y quiere que mire la calma boca arriba
y me bauticen las olas ojos, cuello, pecho, nalgas
y piense que tanta tristeza
que mi cuerpo ha bebido
bien vale, si ahora, aquí, en este instante
soy niño, joven, viejo
en el líquido amniótico de la existencia.
jueves, 3 de julio de 2008
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